Noticia destacada
El susurro de la fe – Cien años de devoción
0La iglesia permanecía en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz de las velas que titilaban. El incienso flotaba en el aire, mezclándose con el aroma de las flores que adornaban el altar. Una pieza de música sacra envolvía el templo en una atmósfera de recogimiento. Frente a Nuestro Padre Jesús del Prendimiento, una niña entrelazó sus pequeños dedos con los de su abuelo, sintiendo el calor reconfortante de su mano. Sus ojos, muy abiertos, brillaban bajo la tenue luz de los cirios.
—Abuelo… —susurró, con un nudo en la garganta—. ¿Por qué han puesto al Señor tan bonito? —Su voz tembló levemente, mientras su mirada recorría cada detalle del altar, como si quisiera grabarlo en su memoria.
El anciano sonrió, sus arrugas se acentuaron al recordar tantos años de devoción, y con voz pausada comenzó a relatar.
—Este año se celebra el Triduo del centenario. La Hermandad celebra que fue fundada hace cien años por unos trabajadores del mercado de Atarazanas.
La niña frunció el ceño y ladeó la cabeza, observando con curiosidad la pequeña imagen a los pies de María Santísima del Gran Perdón.
—¡Mira qué pequeñita es esa Virgen! —susurró con un brillo travieso en los ojos—. ¿Es una niña como yo?
—Jajaja, no, no es una niña como tú, aunque es verdad que es pequeñita. Es la Virgen de la Victoria, y la han puesto ahí para recordar el lugar donde nació nuestra Hermandad, en su Santuario. Es como si nos estuviera recordando de dónde venimos, como cuando la abuela te cuenta historias de cuando eras bebé.
—Entonces, abuelo… si la Hermandad empezó en otro sitio, ¿cómo llegó hasta aquí? ¿Se vino haciendo una procesión?
—Bueno, no siempre fue así, aunque habría sido bonito, ¿verdad? —le guiñó un ojo—. La Hermandad nació en el Santuario de la Victoria, pero con el tiempo tuvo que mudarse. Pasó por Santo Domingo y por la Iglesia del Carmen antes de venir aquí.
El abuelo señaló los ángeles del altar.
—Mira, llevan pequeños símbolos: un rosario por los dominicos y un escapulario por los carmelitas. Son recuerdos del camino. Es como si nos dijeran: “No olvidéis de dónde venís”.
La niña frunció el ceño, pensativa, y luego sonrió con emoción.
—¡Entonces la Hermandad ha tenido muchas casas antes de esta! ¿Y aquí es donde se va a quedar para siempre, abuelo?
—»Para siempre» es mucho tiempo… Lo que importa no es el sitio, sino lo que llevamos en el corazón. La Hermandad ha cambiado de casa, pero su fe y su amor han permanecido intactos
Entonces, con suavidad, le señaló la imagen de Jesús del Prendimiento, rodeada por la luz de los cirios.
—Mira, fíjate en su rostro. Parece que nos está mirando, ¿verdad?
La niña abrió los ojos con asombro.—¡Sí abuelo! Nos está mirando… y parece que me espera con los brazos abiertos, como cuando tú me llamas para abrazarme.
Se quedó en silencio, mordiendo levemente su labio mientras contemplaba la imagen.
—Es como si quisiera decirme algo.
El abuelo, conmovido por la sensibilidad de su nieta, apretó suavemente su manita y le susurró:
—Así es. Jesús siempre te está esperando. No importa cuándo ni cómo, siempre tendrá los brazos abiertos para ti. A veces no necesitamos palabras para entender lo que nos dice… basta con mirar su rostro y sentirlo aquí —dijo, llevándose la mano al pecho—.
La niña lo imitó, colocando su pequeña mano sobre su corazón.
—¿Y qué pasa si algún día me siento triste, abuelo?
El anciano se inclinó un poco para quedar a su altura y le acarició la mejilla con ternura. Luego, señaló la imagen de Jesús.
—Cuando te sientas triste, ven a verlo. Susúrrale lo que te preocupa o necesitas. Él siempre escucha. A veces, la respuesta llega en una oración, en alguien que te ayuda o en esa paz que aparece sin que sepas por qué… pero siempre está ahí, cuidando de nosotros.
La niña, pensativa, observó de nuevo la imagen de Jesús del Prendimiento con su expresión serena, rodeado de luz.
—¿Tú le has pedido algo, abuelo? —susurró, sin apartar la vista de la imagen.
—Siempre pido por vosotros, por la familia —respondió el anciano, con voz pausada—. Pero hoy, sobre todo, he dado gracias.
La niña bajó la mirada y se quedó en silencio por un momento. Luego, con un gesto repentino, envolvió la arrugada mano de su abuelo con ambas manitas y la apretó contra su pecho.
—Yo también voy a darle las gracias —murmuró.
El abuelo sonrió conmovido. Sin decir nada más, se quedó mirándola, sabiendo que algún día ella también enseñaría a alguien a mirar a Jesús del Prendimiento.
Álvaro Muñoz Rivas
¿SABÍAS QUÉ...?

Gran Perdón, la Virgen del Lazo Rosa
Los cultos en honor a María Santísima del Gran Perdón ponen el colofón a los actos que celebran los 75 años de la reorganización de la Hermandad. Esta efeméride no…

Repaso histórico por las túnicas de Jesús del Prendimiento
A lo largo de 75 años de salidas procesionales, el Señor del Prendimiento ha lucido diversas túnicas de distinto color y material. Comenzaremos el estudio con la primera talla que…

Detalles florales del culto en honor a María Santísima del Gran Perdón
Cuenta la leyenda, que el dios Cronos cada vez que nacía un hijo suyo lo devoraba sin piedad porque sabía que por voluntad del destino, un descendiente lo destronaría y…

María Reina y Madre
Como es madre de Dios, puede decirse que las oraciones a María son casi más poderosas que las de todo el cielo. Santo Tomás En un rincón de la Plaza…