Morado, color de la Cuaresma

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El origen del simbolismo del color, uno de los más importantes medios de comunicación no verbal que existen, es muy anterior incluso al nacimiento de la escritura. Comienza con la vinculación entre la razón humana con los principios elementales de la naturaleza; si avanzamos en el tiempo, estas sencillas asociaciones psicológicas dieron lugar a otras más complejas que fueron formando un código simbólico, que si bien ofrece algunas variantes geográficas y temporales según el contexto, no dejan de percibirse ciertas similitudes.

Si has tenido la ocasión de acercarte ya al Triduo en honor a Nuestro Padre Jesús del Prendimiento, verás que abunda el color morado, tanto en el exorno floral como en la túnica que viste nuestro Sagrado Titular. La razón no obedece a un criterio estético sino al momento litúrgico en el que nos encontramos, para la Iglesia Católica el color morado es símbolo de penitencia y preparación espiritual propia de la Cuaresma.

Esto no siempre ha sido así, el primer Papa en recomendar el empleo de una serie de colores según el calendario litúrgico fue Inocencio III (1198-1216), cuando en su De Sacro Altaris Mysterio estableció cuatro colores para la liturgia: blanco, rojo, verde y negro.  Sin embargo hasta el siglo XVI no se tomó como algo oficial, Pío V en 1570 fue quien estableció los colores del misal, sumando el morado al listado de Inocencio III; pero para ahondar mejor en la simbología de este color nos trasladaremos a los orígenes.

El color púrpura, como se conocía originariamente, provenía de un tinte hecho a partir de las glándulas mucosas de un caracol marino, lo que en Málaga conocemos popularmente como búsano. Su producción comenzó en las ciudades fenicias de Tiro y Sidón en torno al año 1500 A.C., llegando a tener la tonalidad tanta popularidad que los griegos conocían la región como la tierra de la púrpura. Como anécdota mencionaremos que el color morado de la bandera de nuestra ciudad hace referencia a este pasado fenicio, cuando la Málaga pre-romana se convirtió  en el principal productor de esta tintura en el Mediterráneo Occidental debido a la abundancia del molusco en nuestras aguas.

Con el paso de los siglos llegamos al tercero antes de Cristo, cuando la púrpura necesaria para teñir los tejidos era más valiosa que el oro. Para ello encontramos dos explicaciones: por un lado la fascinación que despertaba en las personas como reflejó el escritor romano Plinio el Viejo en el siglo I de nuestra era “este color ilumina cada prenda y comparte con el oro la gloria del triunfo” y por otro lado, su lento y costoso proceso de producción, ya que para conseguir 28 gramos de tinte se necesitaban 250.000 moluscos.

Todo ello nos hace pensar que la primera asociación con este color fue la de poder y riqueza, ya que las personas que se podían permitir vestir de púrpura debían de pertenecer a la clase social más alta. En la Biblia encontramos muchas referencias a esta tonalidad y al poder, por ejemplo en Lucas 16, 19-31 leeremos la parábola del rico epulón, quien menciona que vestía de púrpura. En Jueces 8, 26 “El peso de los anillos de oro que él había pedido ascendió a veinte kilos, sin contar las lunetas, los pendientes y los vestidos de púrpura que llevaban los reyes medianitas”, se vincula el color a la realeza, mientras que en Éxodo 39, 1 “De púrpura violeta, escarlata y carmesí confeccionaron las vestiduras preciosas para el servicio del santuario y las vestiduras sagradas de Aarón; según el Señor había ordenado a Moisés. Se asocia al ejercicio del sacerdocio.

Sin embargo con la caída del Imperio Romano (476) el acceso al púrpura fenicio y su receta para obtenerlo estaba fuera del alcance de la Europa Occidental, quedando en manos de Bizancio, de tal forma que el color evolucionó  a un tono más azulado acercándose al morado tal y como lo conocemos hoy en día, fue entonces en época medieval cuando la Iglesia Católica empezó a darle una connotación de aflicción y penitencia en recuerdo al pasaje evangélico de la Coronación de espinas “Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de púrpura. Juan 19, 2.

Álvaro Muñoz Rivas

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