Estas palabras las escribí el otro día para nuestra madre, espero que sean de vuestro agrado:
Dicen que no hay amor más puro que el de una madre, y que como se quiere a una madre no se quiere a nadie. Pues bien, puedo decir sin miedo a equivocarme que no hay afirmación más cierta. Que bonito es sentir que jamás estás solo, que cuando todos te dan la espalda hay alguien que nunca lo hará y que te está diciendo: «ánimo, sé que tu puedes»; tener una mano amiga que te levanta al caer, una confidente, una compañera y, sobre todo, una madre. Esa madre, en la que poder reposar la cabeza sobre su pecho, una madre que vela por ti día y noche. Estas palabras pueden tener diferente destinatario pero, en mi caso, son para ti María Santísima del Gran Perdón. Eres la niña de mis ojos, la que con su mirada perdida me dice tanto, y a la vez, a la que no puedo aguantarle la mirada pues me es inevitable emocionarme cada vez que lo hago. Cada vez que pienso en ti, un escalofrío recorre mi cuerpo y mi corazón se acelera… me gusta pensar que eres tú la que haces que se acelere como diciendo «aquí estoy, hijo mío». No habría palabras suficientes para describir lo que eres para mí porque llevas conmigo toda la vida y sé que siempre lo estarás. Eres mi guía, mi faro, mi luz, y tus manos son la cuna en la que duermo. Tu manto es la bóveda de mi cielo. Eres llamada de muchas maneras…»Capuchinos bajo palio», «Reina de Capuchinos», «Capitana del fajín azul», «Emperaora del Molinillo» o tu apelativo más cariñoso y universal «la Capuchinera». Sin embargo, a mí como más me gusta llamarte es mamá. Hoy no es tu día, ni se celebra nada en tu honor por eso, como es un día más, tengo más motivos que nunca para decirte todo lo que eres y estarte eternamente agradecido. Te quiero, María Santísima del Gran Perdón. Te quiero, mamá.